Bueno, amigos, ¿ quién no sabe lo que es una conmoción ? que a uno le engañen y le dejen después en la estacada, por ejemplo.
Son cosas que sufre nuestro "Yo como objeto".
El "Yo como objeto" se cree alguien, y alguien muy importante.
Pero ya explicamos que tenemos dentro de nosotros otros dos yoes, el "Yo como sujeto" y el "Yo como experiencia".
La mayor parte del tiempo estamos centrados en el "Yo como objeto". Y el "Yo como objeto" es muy poca cosa. No obstante nos centramos en él, lo hinchamos y creemos que es grandioso y transcendente.
Si alguien nos decepciona, nos traiciona, nos engaña o hiere simplemente, oh!, como sufre nuestro "Yo como objeto"; cómo es posible, pensamos, que se le haga una cosa así a "Alguien" como nosotros.
El "Yo como sujeto" está ya harto de las tonterías del "Yo como objeto"; a este último a veces también se le denomina "Ego".
En definitiva, nos creemos muy importantes y esto lo tiene que sufrir nuestro espíritu, o sea, el "Yo como sujeto" que llevamos dentro, el cual no aspira a nada menos que al amor, poder y libertad infinitos.
Paradojicamente el "Ego" o "Yo como objeto" se cree el centro del mundo e intocable, y por otra parte no hace más que tocarle la moral al "Yo como sujeto" que llevamos dentro, o sea, repito, a nuestro espíritu.
Si le hiciéramos más caso a nuestro espíritu seguiríamos sus consejos y nos dejaríamos llevar por nuestro "Yo como experiencia" o sea, la vivencia del presente. Dejaríamos de lado esas terribles heridas narcisistas del "Yo como objeto", el cual, como digo, no es más que un incordio a esa parte más profunda de nosotros mismos que hemos dado en llamar "Yo como sujeto", el espíritu que mira desde la quietud y aspira estar en contacto con el amor, poder y libertad absolutos.
Hagamos un ejercicio de relajación profunda, desprendámonos por unos momentos de nuestro "Yo como objeto", vivamos el presente de forma intensa, o sea, démosle vida al "Yo como experiencia" y dejemos fluir esas pequeñas aflicciones de nuestro ego; pongámonos en contacto con lo realmente importante, que no es precisamente nuestro "Yo como objeto", nuestro ego o narciso que llevamos dentro y que sufre tanto por heridas que ni se ven si las miramos desde lo más alto.
Rafael San Andrés Renedo
Son cosas que sufre nuestro "Yo como objeto".
El "Yo como objeto" se cree alguien, y alguien muy importante.
Pero ya explicamos que tenemos dentro de nosotros otros dos yoes, el "Yo como sujeto" y el "Yo como experiencia".
La mayor parte del tiempo estamos centrados en el "Yo como objeto". Y el "Yo como objeto" es muy poca cosa. No obstante nos centramos en él, lo hinchamos y creemos que es grandioso y transcendente.
Si alguien nos decepciona, nos traiciona, nos engaña o hiere simplemente, oh!, como sufre nuestro "Yo como objeto"; cómo es posible, pensamos, que se le haga una cosa así a "Alguien" como nosotros.
El "Yo como sujeto" está ya harto de las tonterías del "Yo como objeto"; a este último a veces también se le denomina "Ego".
En definitiva, nos creemos muy importantes y esto lo tiene que sufrir nuestro espíritu, o sea, el "Yo como sujeto" que llevamos dentro, el cual no aspira a nada menos que al amor, poder y libertad infinitos.
Paradojicamente el "Ego" o "Yo como objeto" se cree el centro del mundo e intocable, y por otra parte no hace más que tocarle la moral al "Yo como sujeto" que llevamos dentro, o sea, repito, a nuestro espíritu.
Si le hiciéramos más caso a nuestro espíritu seguiríamos sus consejos y nos dejaríamos llevar por nuestro "Yo como experiencia" o sea, la vivencia del presente. Dejaríamos de lado esas terribles heridas narcisistas del "Yo como objeto", el cual, como digo, no es más que un incordio a esa parte más profunda de nosotros mismos que hemos dado en llamar "Yo como sujeto", el espíritu que mira desde la quietud y aspira estar en contacto con el amor, poder y libertad absolutos.
Hagamos un ejercicio de relajación profunda, desprendámonos por unos momentos de nuestro "Yo como objeto", vivamos el presente de forma intensa, o sea, démosle vida al "Yo como experiencia" y dejemos fluir esas pequeñas aflicciones de nuestro ego; pongámonos en contacto con lo realmente importante, que no es precisamente nuestro "Yo como objeto", nuestro ego o narciso que llevamos dentro y que sufre tanto por heridas que ni se ven si las miramos desde lo más alto.
Rafael San Andrés Renedo
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